Grupo 4


Uno de 50
diciembre 3, 2008, 1:15 am
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Uno de 50. Ni siquiera una de cada cincuenta publicaciones sigue los controles que lleva a cabo The New Republic para evitar el fraude en sus informaciones. Pero esta revista política no es la única. The Washington Post y The New York Times (pese al puntual escándalo de Jayson Blair) son dos buenos ejemplos de cómo se debe proceder en los controles de publicación de contenidos. Estas cabeceras cuentan con unos rigurosos sistemas de verificación de las informaciones que van a salir a la luz. Aún así, “astutos plumíferos han fabricado informaciones y se las arreglaron para filtrar mentiras en sus páginas”, como apunta Vargas Llosa en el artículo «El cuarto poder», publicado el pasado 4 de mayo en El País.

En el film El precio de la verdad citan una de las fórmulas que, en teoría, debe llevar utilizar cualquier periodista de medios escritos para que su trabajo final tenga credibilidad ante cualquier incidente posterior: la fotografía. En las facultades de Periodismo insisten en la importancia de fotografiar a todas las personas que se entrevisten, para que quede constancia de ello. Pero esta técnica muy pocos la ejecutan. ¿Por qué? No hay tanto dinero ni tiempo para que los medios de comunicación procedan a tanta verificación.

Pese a estas barreras, ¿qué lleva a un periodista a arriesgar una prometedora carrera por alcanzar pronto al cenit? Ambición, poder, popularidad, reconocimiento, ego… Quizá llegar a la cumbre precipitadamente sin seguir los protocolos establecidos. Con el riesgo que esta práctica conlleva implícito.

Esto es lo que le sucedió a Stephen Glass, un redactor con capacidad para progresar, como se muestra en la película El precio de la verdad. La ambición por ver su nombre publicado en las mejores páginas le llevó a cometer el peor error en el que puede caer un profesional de la información: Mentir.


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